La soledad
- Fabián Navarro
- 18 abr
- 3 Min. de lectura
En un mundo hiperconectado por redes digitales, donde basta un clic para saber qué está haciendo alguien al otro lado del planeta, tengo la percepción de que, paradójicamente, cada vez nos sentimos más solos. Por eso decidí escribir sobre este tema y quisiera, querido lector, que me acompañes en esta breve pero sentida reflexión.
Según el portal Statista, un estudio publicado por Gallup y Meta reveló que 1 de cada 4 jóvenes se siente solo en el mundo. Aunque la cifra disminuye ligeramente en adultos mayores de 45 años, sigue siendo preocupante. Este dato no hizo más que confirmar una sensación que muchos compartimos: a pesar de tener acceso a videollamadas, redes sociales repletas de historias, e incluso eventos presenciales, parece que nos falta algo esencial: una compañía sincera, real. Si te sientes identificado, sigue leyendo… este escrito es para ti.

La soledad no siempre es negativa. A veces es necesaria, incluso beneficiosa. Nos brinda un espacio para reencontrarnos, para escucharnos, para comprendernos. Pero cuando se convierte en un estado no deseado, en una carga diaria, puede convertirse en un verdadero problema.
Las razones por las que llegamos a esa soledad no deseada son muchas. Y hoy, más que darte respuestas, quiero invitarte a una reflexión. Es cierto: hacer amigos no es fácil. Las personas pueden traicionar nuestra confianza. Y a veces, confiar puede ser un acto que duele. Pero, a pesar de todo, ese desafío, aunque complejo, vale la pena.
Te invito a salir de tu zona de confort. A dar ese primer paso. A invitar a alguien a tomar un café. A vencer la vergüenza que a veces nos paraliza. Porque sí, hay personas allá afuera dispuestas a compartir también su tiempo, su historia, su vida.
Un segundo paso importante es dejar a un lado los prejuicios que nos separan. Entender que el otro es diferente a ti no solo es necesario, es liberador. Permitámonos ser auténticos, y al mismo tiempo, respetuosos. Compartamos una conversación genuina. Tal vez fluya, tal vez no, pero no importa: el simple acto de intentarlo ya es un avance. Y si no resulta como esperabas, no te desanimes. Sigue buscando. Sigue abriéndote. Sigue mirando.
A veces, las respuestas están más cerca de lo que creemos. Tal vez en alguien que ya está a tu alrededor, pero a quien nunca viste realmente porque una mirada juzgadora nos impidió acercarnos.
Querido lector, puede que me digas: “Lo he intentado todo, y nada ha funcionado.” Y mi respuesta es: ¿Has considerado mirar hacia adentro? ¿Has reflexionado sobre qué actitudes tuyas pueden estar alejándote de los demás? A veces no se trata solo del entorno, sino también de lo que proyectamos, de cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con los otros.
Y si la soledad que sientes se ha vuelto crónica, hay dos aspectos que quiero recomendarte, desde el corazón:
Busca la ayuda del Espíritu Santo. Él es el mejor consolador, la compañía más fiel. Te conoce profundamente y te guía con amor. Para el rey David, como vemos en el Salmo 25, Dios era su refugio en tiempos de angustia. Dios está tan cerca como una oración sincera. No necesitas más que abrir tu corazón.
Busca también ayuda profesional. Muchas veces, una soledad persistente puede estar relacionada con otros aspectos emocionales que merecen ser atendidos con cuidado y respeto. Acudir a un psicólogo o psiquiatra no es signo de debilidad, sino de valentía. Es hora de derribar prejuicios y reconocer el valor de cuidar nuestra salud emocional y mental.
Querido lector, no estás solo. De verdad, no lo estás. Un abrazo Grande, recuerda que siempre puede escribirnos.
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